El Madrid de Canadá es una aldea remota cuyos pocos vecinos viven en granjas agrícolas dispersas. No se encuentra entre los emplazamientos urbanos con el nombre de la capital de España conocidos e incluso cuesta encontrarlo en el mapa, pero este Madrid canadiense es de los más sorprendentes. Para más señas es apenas un punto en el horizonte, una aldea remota cuyos pocos vecinos residen en explotaciones agrícolas dispersas, si bien el conjunto tiene la consideración estadística de lugar habitado.
Se halla en la provincia de Saskatchewan, que según señalan las guías turísticas comprende un vasto territorio «en el centro del oeste del país». Esto equivale a no decir nada y contarlo todo, pues lo que cuenta es que Saskatchewan («río veloz» en lengua creek) ocupa una vasta área de bosque y pradera entre Alberta y Manitoba. Para los sofisticados y sibaritas habitantes de Toronto o Montreal se trata de una frontera indómita y desolada.
Las comparaciones hablan por sí solas. Saskatchewan tiene la superficie de España entera y algo más, con apenas un millón de habitantes, así que la densidad no llega a dos por kilómetro cuadrado.Madrid se encuentra a 577 metros de altura y a 50º y 23’ de latitud norte y 105º 16’ y 4’’ de longitud oeste, junto a la famosa autopista transcanadiense, que tiene 7.800 km. y cruza Canadá desde Victoria en el Pacífico hasta St. Johns en el Atlántico.
Para ser exactos, en el tramo de origen glaciar que va desde Belle Plaine («Bella planicie») hasta Moose Jaw («Mandíbula del alce»). Esta se halla 20 km. al occidente de Madrid y tiene unos 35.000 habitantes; al oriente y a una distancia de 55 km. se halla Regina, con casi doscientos mil, una ciudad industriosa y pujante. En todas direcciones se extiende la llanura rica e infinita, con una increíble riqueza mineral y agrícola. Las explotaciones de Saskatchewan producen petróleo, uranio, hierro, gas natural y potasa, pero Madrid es un reducto agrícola. Cultivos como trigo, colza, centeno o avena son los más relevantes. Ya se imaginan que el clima es para echarse a temblar, nunca mejor dicho, a pesar de las influencias oceánicas que moderan los rigores continentales.
En verano apenas sobrepasan los 25 grados y llueve de manera regular, pero en el seco invierno llegan a veinte bajo cero. La naturaleza es espectacular y salvaje, de manera literal. Menos mal que la policía montada tiene por aquí su cuartel general. ABC.ES
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