Decía el ingenioso y cáustico Mark Twain allá por el siglo XIX, supuestamente parafraseando al primer ministro británico Disraeli que en este mundo hay “mentiras, grandes mentiras y estadísticas”. Y algo de razón tenía con este pensamiento crítico. Y más a la luz de los tiempos que corren. Si viviese hoy, en este XXI, el siglo de la sociedad de la información, de los billones y billones de datos, de las estadísticas de todos los colores, el autor de Tom Sawyer nos alertaría todavía más sobre estos porcentajes y medias y medianas y percentiles que a veces nos pueden marear, cabrear, poner en pie de guerra, y a veces nos pueden adormecer y creernos que vivimos en el mejor de los mundos.

Políticos y economistas no pueden vivir sin las estadísticas. Y el resto de los mortales tampoco. Los países democráticos y las economías de mercado simplemente las necesitan. Y es bueno que así sea. Nadie duda de que es fundamental que la opinión pública conozca la realidad de las cosas, los datos. Un mundo sin estadísticas serias serían como volver a la jungla. Los políticos harían y desharían a su antojo. Por eso hay que exigir la máxima transparencia, el máximo control, en todo lo que sea público. Hasta los más pequeños detalles (Señores, ¡todavía no tenemos una ley de transparencia y de acceso a los datos públicos!).

Pero a veces se tiene -seguro que ustedes también la tienen- la sensación de que algunos gobernantes tienen una cierta propensión a manipular o a ocultar algunas de las verdades que transmiten los datos. Pasa por ejemplo en Argentina, donde las estadísticas de la inflación, del coste de la vida para los ciudadanos, no se las cree nadie. Cualquiera que conozca algo el mundo de la economía internacional, sabe que las estadísticas de todo tipo de países como China (es decir, de dictaduras con escasa transparencia) hay que ponerlas en cuarentena. Da igual que sea la tasa de paro o la tasa de probreza o la tasa del precio de la viviendo o la tasa de crecimiento. De Brasil, que crece como la espuma, algunos expertos también preferirían tener unos datos más sólidos. Pero, desgraciadamente, la manipulación o la deformación interesada de los datos no solo es propio de las republicas bananeras, populistas o de las dictaduras. También se dan entre los países desarrollados. Grecia ha engañados sistemáticamente con sus datos de déficit público. Aquí en España parece que muchas comunidades autónomas no han dicho la verdad sobre sus gastos. El déficit público en 2011 iba a ser del 6%, según el gobierno de Zapatero, luego ha resultado ser del 8%. Y hasta que han salido los datos oficiales, muchos pensaban que el nuevo gobierno nos estaba engañando al exagerar el agujero en las arcas y así legitimar las medidas de reforma y ajuste más duras.Si tiene interés en este tema lea el libro ‘Cómo mentir con estadísticas’, un clásico para no dejarse engañar por muchas estadísticas que blanden los políticos de Darell Huff, escrito hace cincuenta años y que sigue manteniendo toda su frescura y vigencia.la informacion.com

SI! NOS ENGAÑAN.PARA ESO SE HACEN LAS ESTADÍSTICAS,PARA SER MANIPULADAS.