Se ha conocido por una filtración la sentencia del procés al mismo tiempo, casi, que un paracaidista se estampaba con su bandera española contra una farola en las celebraciones del 12 de octubre. Sucedía en el madrileño Paseo de la Castellana. A pocos metros del palco de autoridades. Allí estaban los reyes, que han aplaudido fervorosamente al pobre cabo mientras intentaba desenredarse del paracaídas, de la bandera y de la farola, según nos cuentan las crónicas urgentes que a esta hora nos están llegando: «Tras unos minutos en los que ha recibido el aplauso y ánimo de los Reyes, sus hijas y el resto de autoridades e invitados, el paracaidista ha dejado caer primero la bandera, y el desfile ha continuado con el transporte de la enseña para ser izada», relata la agencia Efe.
Ya digo que esto sucedía mientras Ángela Martialay nos filtraba desde El Mundo que «el Supremo acuerda condenar por sedición a los líderes del 1-O». Las penas para los políticos independentistas oscilarán entre 10 y 15 años de prisión, por tanto. Lo que no se sabe aun, dado que ha pasado ahora mismo, es el destino procedimental que le espera a la farola de la Castellana. Es de suponer que se juzgará con el máximo rigor a toda persona, objeto, animal o abstracción que se atreva a ponerse en el camino de un cabo que desciende desde los cielos para postrar una bandera de España a los pies del Felipe VI. ¿Sedición? ¿Rebelión? ¿Terrorismo? ¿Republicanismo violento? Pues, al contrario que los líderes del procés, la farola no iba de farol. Duró más el aturdimiento del cabo paracaidista que volaba con la bandera que la independencia de Catalunya. Es un dato irrebatible. Habrá que estudiar quién, cómo, cuándo y dónde (sobre todo dónde, si es en Catalunya) fabricó esa farola. Si la farola es de fabricación extranjera, habrá que ir pensando en invadir. Si es fabricada en territorio nacional, se la puede condenar a prisión permanente revisable en Cuelgamuros, ahora que van a dejar hueco. Lo que está españolamente claro es que esa farola no puede quedar impune. - Aníbal Malvar - publico.es
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