Lo más habitual en Nueva York es mirar hacia arriba para descubrir la gran cantidad de rascacielos que existen. Pero cuando observas el suelo, te encuentras con sorpresas que nunca habrías imaginado. Una de ellas es el ‘Triángulo de Hess’. Se trata de un mosaico de azulejos blancos y negros que mide menos de un metro cuadrado y está considerada la propiedad privada más pequeña y cara del mundo. ¿Cómo es posible que exista un solar tan diminuto en mitad de la calle?
Para algunos, el ‘Triángulo de Hess’ es un ejemplo de rebeldía civil frente al poder de la administración pública, para otros no es más que un exponente de capitalismo llevado hasta sus últimas consecuencias. Sea como fuera, es un símbolo muy querido en Nueva York y poco conocido por los turistas.
Su historia se remonta a principios del siglo XX, en concreto al año 1907. En aquella época, el barrio de Greenwich Village ya era una de las zonas con mayor diversidad cultural de toda la ciudad. Pero tenía un problema. Las calzadas eran de tierra y cada vez que llovía, el barro lo invadía todo convirtiendo al barrio en un sitio bastante insalubre.
Para solucionar el problema, el Ayuntamiento de Nueva York adoptó una decisión importante. Promulgó una orden de expropiación, dentro de la Quinta Enmienda de la Constitución, que decía que el gobierno tenía derecho a tomar la propiedad privada de alguien siempre y cuando fuera por el bien público. ¿Cuál era la finalidad real que perseguía esa orden de expropiación? El Ayuntamiento había iniciado un proceso de transformación urbana que supuso el derribo de barrios enteros para construir calles y avenidas grandes y asfaltadas.
En octubre de 1913, el New York Times publicó un artículo donde informaba que se derribarían 253 estructuras. Uno de los edificios programados para la destrucción se llamaba Voorhis, propiedad de la familia Hess. Con esta operación, el Ayuntamiento conseguiría ampliar la 7ª Avenida y también la línea de metro que se le había asociado.
El edificio Voorhes era pequeño, tan solo tenía 5 apartamentos y por esa razón el consistorio pensó que la expropiación le costaría poco dinero. La sorpresa vino cuando su propietario, promotor de Filadelfia llamado David Hess, dijo que no vendía y que de allí no le movía nadie. El Ayuntamiento quería llegar a un acuerdo y, en varias ocasiones, aumentó la cantidad de dinero que estaba dispuesta a pagar por la finca, pero el señor Hess se negó siempre a desprenderse del edificio. De la 7ª Avenida no le movía nadie.
Un error en la inspección del terreno pasó por alto un triángulo que no medía más de 70 centímetros.
La lucha se mantuvo durante años hasta que llegó un momento en que la familia Hess agotó todas las vías legales. El Ayuntamiento se hizo con la propiedad del edificio y lo derribó. Tal como se había programado, en 1916 finalizó la ampliación de la 7ª avenida y del edificio no quedó nada o casi nada. De pronto, sucedió algo inesperado. Un error en la inspección del terreno pasó por alto un triángulo que no medía más de 70 centímetros.
La historia oficial asegura que al darse cuenta de la equivocación, el consistorio pidió a la familia Hess que donara la parcela, dando por hecho que no habría problema. Aquel trocito de suelo carecía de valor comercial. Una vez más, los herederos de David Hess se negaron a vender nada al Ayuntamiento. Habían conseguido su venganza perfecta por la demolición del edificio. El caso, una vez más, quedó en manos de los tribunales y, en esta ocasión, la familia Hess ganó el pleito. Para celebrar la victoria, los familiares de David Hess cubrieron el terreno con piezas de mosaico donde se puede leer la inscripción: Propiedad de la familia Hess que nunca se ha dedicado a fines públicos.
EL PRECIO DEL TRIÁNGULO DE HESS HOY SERÍA DE 11.500 EUROS
Poco tiempo después y justo delante del triángulo, abrió Village Cigars, una tienda de puros que logró fama muy rápido en la ciudad. El negocio resultó tan próspero que el dueño se animó a comprar el triángulo de Hess y lo consiguió. Pagó por él 840 euros de la época. Si la operación se hubiera hecho hoy, habría costado 11.500 euros. Pensad que este fragmento mide tan solo 0,25 metros cuadrados. Si se tratara de un metro cuadrado, su valor alcanzaría los 57.000 euros. Estamos hablando del trocito de tierra más caro del mundo.
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