Últimamente, llueve sobre mojado. Cada vez que pensamos que hemos superado la pandemia, vuelve la muy cabrona a perseguirnos con aún más ahínco. A fin de cuentas y cómo comprobamos a diario, nadie está a salvo, ni siquiera los afortunados que ya han recibido la pauta completa de una u otra de las vacunas aprobadas por las autoridades presuntamente competentes. Por supuesto que es ley de vida, pero nos cuesta aceptarla. Por eso mismo, convine andar siempre con mucho ojo. Sacudes un arbusto y lo más seguro te sale una serpiente con mal genio y unas ganas locas de morderte.
A estas alturas de la película empieza uno a comprender el significado de aquello de que éramos pocos y parió la abuela, porque, al parecer, este verano Catalunya podría tener que vérselas con una nueva calamidad, que también tiene su origen en China, o al menos eso dicen los que saben -o dicen saber- de estos asuntos, es decir, los tertulianos televisivos de turno. Se trata de un insidioso trastorno o síndrome de carácter cultural que atiende por Koro.
Cunde en las víctimas del Koro un miedo totalmente irracional de que sus genitales se están contrayendo ¡y que incluso en cualquier momento podrían desaparecer sin dejar rastro! No hay quien duerma estando preso de semejante temor, tanto se trate de varones como de mujeres, ya que mientras los caballeros afectados por el síndrome se obsesionan con la retracción de su pene, algo similar les pasa a las señoras en relación a sus pezones o los labios de su vulva.
Wikipedia -esa infalible fuente de información - informa de que tiene su origen en China pero que se ha extendido por todo el sudeste de Asia, aunque, eso sí, asegura que también ha habido casos en otros muchos rincones del mundo, llegando a producir episodios de verdadera histeria colectiva en algunas aldeas africanas. Y ahora todo indica que podría extenderse este verano con inusitada rapidez por Catalunya. Otra fuente consultada en la red afirma que las primeras referencias de este síndrome se hallan en un texto chino fechado en el año 300 a. C., aunque -quién lo iba a decir- no reconocido como tal hasta 1970. Desde entonces y, cómo no, gracias a internet y una plétora de información falsa que corre por sus venas, ya hace tiempo que van en aumento los casos de contagio masivo y de histeria colectiva.
Ahora bien, el síndrome se clasifica en dos subtipos: el Koro primario, que es el que prevalece en los países asiáticos, sobre todo entre los creyentes en hechizos, castigos sobrenaturales o enemigos inventados; el Koro secundario, en cambio, es más frecuente en Occidente y menos agresivo, por ahora. Aún es pronto para determinar cual de los dos ha afectado a las primeras víctimas del trastorno registradas en Catalunya, ni tampoco si estará relacionado con el fracaso del procés.
Ojalá sea el segundario, porque su curación se logra mediante una sencilla terapia psicológica -¡que se vayan preparando en los CAP!- y un curso acelerado de sexualidad buenista, feminista y guarrindonga sin, por supuesto, que el paciente tenga que sufrir píos remordimientos de ningún tipo. De modo que, para que se pueda atajar de raíz la propagación del temido Koro, sería beneficioso para todos que la Generalitat contemplara completar la inmersión lingüística con una íntegra y urgente inmersión sexual que podría financiarse perfectamente con un pellizco (¿quién lo va a notar?) de los fondos Next Generation, o en su defecto, un crowd funding internacional bien organizado, o tal vez pasar ¡otra vez! el sagrado cepillo, o, claro, ya puestos, a sablazo limpio. Ahora bien, subvencione o no Catsalut una esmerada atención psicológica y/o inmersión sexual como Dios manda, aún queda una cuestión por aclarar, la del millón, máxime entre los varones: el tamaño.
Hacía finales de los ochenta, en pleno auge del sida, a un emisario chino enviado por Pekín a La Habana para negociar un acuerdo comercial con Fidel Castro, pues no se le ocurrió nada mejor que preguntarle al comandante qué le faltaba a su pueblo que le podría proporcionar el PCCh. “Preservativos” fue la escueta respuesta del barbudo. Al cabo de unos meses arribó a La Habana un barco con un descomunal cargamento de condones made in China. Unos días más tarde, el Malecón se vistió de globos, que no eran sino los preservativos que los niños habaneros hinchaban para su mayor divertimiento, ya que la medida china de los profilácticos distaba un tanto de ser la de la cubana. ¡Y dicen que el tamaño no importa!
En fin, si este verano ven ustedes en una piscina municipal o playa del litoral catalán a un hombre o a una mujer mirar dentro de su bañador de manera compulsiva y con cara de haber visto un fantasma, sepan que el -o la o le- pobre tiene el Koro; acto seguido, crucen los dedos y, al grito de “¡culebra, culebra!” apártense del infectado a toda prisa por tierra, aire o mar, lo mismo da. - john william wilkinson - lavanguardia.
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