Una chimenea instalada dentro de un coche es, en principio, algo extraño. Pero si analizamos las posibles razones que han llevado a colocarla, descubriremos que puede ser algo incluso lógico.
Un acompañante, en la práctica, sirve para tres cosas: dar fuego, dar comida y dar conversación. Está claro que la chimenea da fuego y calienta alimentos susceptibles de ser comidos; el problema está en la conversación. Podemos deducir que los amigos del suizo que ha puesto la chimenea en su coche no eran muy habladores, o, quizás, todo lo contrario: eran tan densos que tuvo que inventar alguna excusa para no llevarlos. Esa excusa es la chimenea. Como un tipo que no hable no es molesto (aunque puede oler mal), me voy a decantar por la segunda opción: sus amigos son insoportables. Pero, ¿qué clase de amigos podrían aúnan la habladuría extrema con la necesidad de que los lleven a algún sitio? ¿Qué clase de amigos serían sustituidos sin piedad por una chimenea? Está claro: unos amigos que pidan cigarrillos en lugar de darlos, que pidan comida en lugar de darla y que hablen mucho, mucho, mucho. O sea, unos amigos poetas.
Esa es mi conclusión. Además, sustituir a una persona por una chimenea es algo bastante poético porque combina la traición personal con la sustitución del trabajo humano por la maquinaria, así que es probable que los poetas estén bastante inspirados.
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