ABC: PARA UN DIA QUE SALGO EN UNA ESQUELA Y NO ME VEO


El buen humor y la simpatía definieron toda su vida a María Rodrigo Molino, así que su familia quiso que en su muerte quedara ese recuerdo de ella. En negro sobre blanco. En su esquela publicada en ABC tras los datos habituales figura una frase que la retrata y que regala a propios y extraños una sonrisa más de las muchas que María creó entre quienes la conocieron: «Para un día que salgo en una esquela y no me veo».
María Rodrigo era una lectora habitual de las esquelas del periódico. Solía empezar la lectura por esa sección y la acompañaba con sus comentarios acerca de edades, familia y apellidos en el caso de que fueran ilustres o conocidos. Con su habitual buen humor, alguna vez comentó «hay que ver que el día que yo salga no me voy a ver». Su familia mientras estaba velándola recordó esta frase y quiso que estuviera presente en su esquela. Desde el periódico los llamaron sorprendidos al ver el texto que habían enviado y para comprobar que era el deseo de la familia, ellos le indicaron que así era y que de esa forma quería rendir homenaje a su madre.  Su hija Lali Campos cuenta como sus familiares la han llamado para decirle «cuando vi la frase me dio alegría, porque eran sus palabras».

María Rodrigo falleció a los 86 años de edad y  ha dejado en Alcalá de Guadaíra el recuerdo de una persona entrañable. Regentó durante 13 años el bar del instituto Cristóbal de Monroy, donde ponía unos bocadillos de tortilla que hacían las delicias de los estudiantes. Su hija recuerda como cuando paseaba por ella por el Barrero, era habitual que algún antiguo alumno la parase para decirle, «María, que me acuerdo de tus bocadillos de tortilla, eran los mejores». A ella le daba gran alegría.

También fue durante 38 años la cocinera de los campamentos de verano que organizaba el colegio Salesiano y de los que los niños volvían hablando maravillas de cómo se lo habían pasado y además de lo bien que habían comido. Trabajó también como jefa de cocina en el emblemático hotel Oromana de Alcalá. Ella fue la cocinera que preparó el almuerzo a la selección española de fútbol del mítico 12 a 1 a Malta, y algo del mérito de aquella gesta deportiva atribuía a sus platos. Eran famosas sus croquetas y sus espinacas, que Alfonso Guerra en su época de vicepresidente iba a buscar al hotel cuando venía a Sevilla.

No tuvo una vida fácil, su marido, Alejandro, murió con 55 años. Los dos se adoraban y él se reía a carcajadas con sus ocurrencias. Sus hijos recuerdan que su padre tenía una muela de oro y que le decían «cómo se te ve la muela cuando te ríes con tu María». La viudedad hizo que tuviera que trabajar duro para salir adelante. Después de que su marido trabajó toda su vida en la oficina de un almacén de aceitunas, le quedó una pensión de viudedad de 19.000 pesetas. Una de sus hijas la mayor, Lali, ya se había casado, pero los otros dos Alejandro y Francisco estaban aún en casa. Ella hacía bromas con sus estrecheces «hijos con los que nos ha quedado no sé si nos va a dar para ducharnos todos los días», cantaba, sonreía y trabajaba duro, siempre sin perder el buen humor. 

Sus tres hijos le han dado seis nietos, dos cada uno y una biznieta. Uno de ellos es investigador y ha estado año y medio en Brasil, el otro trabaja en Londres. Ella los llamaba y bromeaba diciéndoles «hijo vente, que me voy a morir y no vas a estar aquí». Murió como ella quería en su casa junto a su familia, su único deseo era «no ir al Valme». El día antes sin que se pusieran de acuerdo y sin que nada hiciera indicar que le quedaban horas de vida, sus hijos, sus nietos y su biznieto fueron todos a verla a su casa, también habló con el que tiene en Londres, así que pudo despedirse de todos y lo hizo como vivió, con una sonrisa y con un buen humor indestructible. ABC.ES

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