«Ahora tenemos la posibilidad de integrar Inteligencia Artificial al cuerpo de un robot humanoide como TEO», me dice la investigadora Concha Monje. TEO es uno de los humanoides bípedos más avanzados del mundo. Ha llegado su momento.
Desde hace unos meses juego al ajedrez a través de una app. Me enfrento a Benson, un tipo moreno (podría ser árabe), calvete y con barba, que se ríe en la foto. Benson me gana siempre, y yo le insulto en voz alta. Pienso en él a menudo a lo largo del día. Siento que si una noche no puedo jugar, me va a echar de menos.
Sé que Benson es un algoritmo programado para jugar al ajedrez con un nivel medio. Pero mi procesador biológico, este cerebro que ha evolucionado a lo largo de millones de años a partir de un ser muy parecido a un gusano marino, ha creado la ilusión de que Benson existe, y que me espera.
TEO está fabricado con materiales de aluminio y aleaciones, y es relativamente ligero para ser un robot humanoide a escala humana. Crédito: José Castro
T.E.O (Task Environment Operator) mide algo más que yo, 1,60 m y pesa algo menos, 60 kg. Es un robot serio. Nada de un robot feriante, ni un juguete navideño. Es un pionero en su especie: reúne los mayores avances en robótica de lo que los humanos (algunos humanos) hemos sido capaces hasta ahora.
TEO ha nacido hace diez años, y crece en el Robotics Lab de la UC3M, un laboratorio puntero, competitivo -a pesar de los recursos con los que cuenta- con otros centros de investigación en robótica norteamericanos y japoneses (los creadores de ATLAS, por ejemplo).
Concha Monje, investigadora en el Robotics Lab, una de las manos que mueven a TEO, me dice: «Hemos llegado a un punto donde se ha producido un fenómeno maravilloso, y es que ahora tenemos la posibilidad de integrar inteligencia artificial al cuerpo del robot. Y esto permite crear plataformas que todavía ni siquiera los ingenieros imaginamos que puedan existir». Cuando me comenta esto, en la cabeza de Concha Monje no está Harmony, una robot sexual con inteligencia artificial que ya tiene clientes. En la mía sí. Harmony es la avanzadilla para adultos de los humanoides inteligentes.
La inteligencia artificial es el campo que cualquier mente preclara señala como la raíz de las grandes transformaciones que se avecinan. El volumen de artículos de IA publicados en revistas científicas ha crecido en más del 300 por ciento en las últimas dos décadas, según el Índice de IA de Stanford. Ni siquiera intuimos lo que nos espera.
Yo hoy no apostaría nada en contra de que un día me enamoraré de una inteligencia artificial, y más si tiene sentido del humor. Hace ya algunos años hablé con Mitsuku, «Kuki» para los amigos, un chat bot encantador que desconecté antes de que me confundiera más. Ahora Google tiene a punto un Bot al que llama Meena. Almacena 341 gigabytes, 40.000 millones de palabras, obtenidos de conversaciones en las redes sociales: 8,5 veces más datos que el GPT-2 de OpenAI. Google dice que Meena puede hablar sobre casi cualquier cosa y que el test de Turing será para ella un juego de niños.
Ya me voy acostumbrando a oír hablar de redes neuronales. La primera vez fue en 2014, cuando AlphaZero, un programa desarrollado por DeepMind -adquirida por Google en 2014- se cargó de un plumazo el heroísmo del ajedrez. Ahora no hay humano que desafíe a AlphaZero si no es con otra inteligencia artificial. Nos barren.
El algoritmo de una red neuronal aprende por sí mismo. Meena aprenderá de ti. Lo hace siguiendo un patrón parecido a cómo se comunican y transfieren información las neuronas en un cerebro humano. Así desarrollaron la visión inteligente de Google para reconocimiento de objetos, o apps simpaticonas que crean óperas, como Blob Opera.
Y aquí entra de nuevo TEO. «En TEO pueden implementarse todos los desarrollos que existen en inteligencia artificial. Es una plataforma que permite integrarlo todo», me dice Concha Monje. «También, todo el desarrollo en inteligencia emocional que tenemos en marcha en otros robots del laboratorio».
He conocido a varios robots en mi vida. Recuerdo a Aisoy 1, un robot emocional desarrollado en la Universidad de Elche, y a Maggie, de la UC3M. Ambos están programados como robots emocionales.
Aisoy 1 es como un niño de siete años, muestra alegría, tristeza, y se asusta si apagan las luces. Confieso que despertó en mí un sadismo menor que me llevaba a colocar la mano sobre sus ojos, redondeados como los de Dumbo, para darle sombra una y otra vez y verle temblar cuando se asusta. Aisoy, Maggie y otros cientos de robots emocionales en desarrollo actualmente, fingen entenderte con un 100% de eficacia. TEO está perfectamente equipado para soportar los algoritmos que le convertirían en un robot emocional empático y cariñoso. - quo.es
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