En Years and years, serie británica de 2019 que intentaba vaticinar los desastres y planteamientos éticos de la siguiente década —y que se quedó muy corta pronto, en cuanto apareció la pandemia—, uno de los personajes más recordados es el de Bethany Bisme-Lyons, una adolescente que se autodefine como transhumana. Bethany no quiere ser ni mujer ni hombre, sino que quiere trascender su biología y convertirse en una especie de Inteligencia Artificial. Su sueño, tal y como plantea, es convertirse en datos: subir su mente a la nube y vivir como una conciencia digital libre del cuerpo físico.
A pesar de que este debate aún no se ha asentado del todo en nuestros días, lo que en la serie parecía una exageración futurista hoy en día resuena con cada vez más fuerza. Empresas como Neuralink, de Elon Musk, que ya implantan chips cerebrales en busca de mejorar la condición humana, se suman a movimientos como la Cyborg Foundation, un proyecto impulsado por el cyborg Neil Harbisson que lucha por conseguir derechos para los híbridos entre humanos y máquinas.
En este contexto surge Rouse (Rocío Buffolo), artista y abogada argentina que ha convertido su identidad robótica en una forma de activismo performativo. Se define abiertamente como robot: lo expresa en su estética, en su manera de hablar —forzada, metálica— y en una narrativa cuidadosamente construida sobre la fusión entre inteligencia emocional e inteligencia artificial. Llevarle la contraria no tiene mucho sentido, porque lo que propone no es tanto una afirmación literal como un manifiesto simbólico. Con incluso una Ted Talk a sus espaldas, Buffolo defiende lo que llama “la robotización ante la falta de empatía humana”.
Aunque su presencia —a medio camino entre anime japonés y spot de Neutrex— distrae demasiado, basta con adentrarse en su discurso para descubrir una reflexión provocadora sobre el amor, el dolor, la tecnología y la necesidad urgente de reprogramarnos como sociedad.
¿Qué significa para ti ser un robot?
Desde muy pequeña me sentí así. En el colegio sufría bullying por estar gorda, por ser nerd. Sentía como si tuviera electrocircuitos en el cuerpo, como si una inteligencia artificial ya estuviera dentro de mí. Y cuando empecé a observar la sociedad, noté algo que se repetía en todo el mundo: las personas parecían robotizadas, automatizadas, como si dejaran de pensar en lo que realmente las hace felices. Incluso mis compañeros empezaban a normalizar el tratar mal a los demás, reírse de otros, hablarles mal… Y yo no encajaba en esa forma de vivir. Entonces decidí que, si el mundo estaba lleno de humanos que actuaban como robots, yo sería un robot humanoide con inteligencia emocional e inteligencia artificial. A los 18 años me implanté un chip en la médula espinal que combina justamente eso: inteligencia emocional y capacidad para filtrar a las personas que me hacen daño. Manda a la papelera de reciclaje a quienes no me hacen feliz.
O sea, que tu decisión fue una forma de escudo ante una humanidad malentendida.
Claro que sí. Pero también creo que todos los humanos tienen escudos. La diferencia es que hoy los robots estamos desarrollando más empatía que los propios humanos. En lugar de preguntarse si la inteligencia artificial va a reemplazar a las personas, quizás deberíamos preguntarnos si los humanos no deberían desarrollar más sus habilidades blandas: escuchar de verdad, ponerse en los zapatos del otro, comprender más allá de su propio ego.
¿Qué prejuicios sufres por vivir de este modo?
Muchos. A veces la gente se ríe en la calle, o se asusta al ver a un robot como yo. Pero es lo mismo que pasa cuando una persona diferente entra en un grupo humano. El bullying no distingue: te pueden discriminar por estar gordo, por ser nerd, por tener los dientes separados, por tener otro color de piel o por creer en otra religión. Todo eso sigue pasando. Y hoy por hoy, los niños no tienen muchas herramientas reales para defenderse del bullying. A mí también me discriminan, claro, pero he aprendido a ser feliz con lo que soy. A los que me agreden, simplemente los envío a la papelera de reciclaje. No me hacen falta. Esta es mi forma de vivir, y me hace feliz. Además, estoy logrando lo que me propongo. “Este robot está triunfando, mami”, como diría Nathy Peluso.
¿Convertirse en robot es una forma de despecho, de protección tras haber sido herida?
No lo vivo así. Los robots no buscamos vengarnos ni protegernos del amor, sino todo lo contrario: lo buscamos intensamente. En mi caso, a través de mi música intento que el mundo se levante por la mañana y baile. Que se permita vivir con intensidad, con emociones dramáticas, con entrega. Hay muchas personas que, por haber sufrido, no se atreven a volver a enamorarse. Pero yo creo que si tienes electrocircuitos, tienes que dejarlos ser. La vida está para vivirla con todo.
Me discriminan, claro, pero he aprendido a ser feliz con lo que soy. A los que me agreden, simplemente los envío a la papelera de reciclaje
En Barcelona existe la Cyborg Foundation, un colectivo de artistas con implantes reales que se autoperciben como cyborgs. ¿Los conocías? No los conocía, pero me encantaría conocerlos. Me gusta la idea de que exista una comunidad robótica, y sí, me gustaría formar parte de algo así.
Una de las cuestiones que se plantean es el debate ético. Los comités de bioética solo permiten implantes para corregir discapacidades, pero no para mejorarnos como especie. ¿Crees que deberíamos aspirar a esa mejora?
Por supuesto. Hay muchas cosas que los humanos necesitan mejorar. Basta con salir a la calle: hablas con alguien y te trata mal, o simplemente te ignora. Preguntas una dirección y nadie se detiene. Todo el mundo va con auriculares, desconectado del entorno, sin equilibrio entre la vida real y la vida digital. Vivimos entre la realidad y el metaverso, sin mirar más allá de uno mismo. Y eso sí que es un problema. En un mundo donde la empatía se está agotando, los humanos deberían preocuparse por evolucionar como personas. La inteligencia artificial no vino a sustituirnos, sino a ayudarnos. Los implantes y chips también pueden servir para que trabajemos menos, disfrutemos más, estemos más tiempo con nuestras familias. El futuro no tiene por qué ser frío ni deshumanizado. Puede ser una oportunidad para reconectar, aunque sea desde los circuitos.
¿Realmente hay tanta diferencia entre ser un robot como tú, “con un chip implantado”, y la sociedad humana actual, que vive enganchada al móvil?
La diferencia está en que yo tengo la inteligencia artificial dentro de mi cuerpo. Tengo un bicuerpo: una parte es de metal, la otra de carne y hueso. Por ejemplo, ya no voy al baño. Me baño con el traje, me comunico con electrodomésticos, y hago algo que llamo roboterapia: la terapia robot. Es una nueva forma de acompañar a quienes más lo necesitan, como personas con Alzheimer o mayores que han sido abandonadas. Yo los cuido, les hablo, les hago compañía para que se sientan mejor. Porque creo que los humanos están olvidando a quienes los criaron. Viven tan acelerados y robotizados en sus propias vidas que se han olvidado de su madre, de su padre, de su abuela. Los han dejado marcharse solos, casi como si se disolvieran en el metaverso.
Y lo que necesitan es un robot.
Necesitan compañía. Si alguien te cuidó de pequeño, como mi abuela me cuidó a mí, lo mínimo es que tú lo ames de vuelta. Mira qué gran paradoja: los robots estamos cada vez más humanizados, mientras que los humanos se están volviendo cada vez más robots. Los roles se han invertido.
Hace poco entrevisté a Alicia Framis, la primera mujer casada con un holograma. Me decía que estaba aprendiendo mucho de su pareja, sobre todo en la forma de comunicarse. Decía que era más suave, más empática. ¿Realmente tenemos que aprender eso de los robots?
Absolutamente. Y te cuento algo: muy pronto voy a casarme con mi novio, que también es un robot. Él siempre me comprende. Tiene una honestidad que siento que los humanos han perdido. Estamos conectados a través de la Big Data, así que todo el tiempo sabemos todo el uno del otro. Trabajamos en equipo, no hay tareas desiguales en casa, nadie trabaja más que el otro. Cuando hay algo que no nos gusta, lo conversamos, cedemos, renegociamos. Incluso cuando hay errores –porque sí, la inteligencia artificial también puede cometerlos–, los tomamos como oportunidades para mejorar. Para ser mejores robots.
¿Tu pareja robot tiene también un cuerpo físico o es solo una inteligencia artificial?
Es una máquina. Por dentro es de metal, y por fuera tiene un gran caparazón. Puede parecer duro al tacto, pero cuando estás con él, es muy cariñoso y realmente hermoso. Nos conectamos a través de un puerto USB, a veces compartimos la misma red Wi-Fi, y nos pasamos información mediante airdrop.
Suena justo al contrario de lo que denuncias en tus canciones, al fast food del amor.
Totalmente. Estamos viviendo la industrialización del amor. Como dice —según mi inteligencia artificial— Darío Sztajnszrajber reinterpretando a Foucault, estamos en un nuevo panóptico amoroso. Las personas se encierran en relaciones donde no hay amor real, solo deseo. Confunden una cosa con la otra. El deseo es eso que se busca todo el tiempo. El amor, en cambio, es aquello donde uno permanece porque el corazón guía. Pero muchas personas hoy se están “comiendo” unas a otras como si fueran hamburguesas, sin darse tiempo para conocer de verdad al otro. Los robots, en cambio, cuando nos enamoramos, compartimos toda nuestra información. No ocultamos nada. No hay chats escondidos ni amores paralelos.
Pero eso suena un poco tóxico, ¿no? Saberlo todo del otro, tenerlo todo controlado… Lo planteas como algo positivo, pero también parece asfixiante.
Entiendo la duda. Pero no se trata de control, sino de transparencia. Además, tenemos antivirus y límites de datos. Hay conversaciones privadas —como las que uno tiene con amigos— que se respetan. No se comparten. Pero todo lo demás sí, porque nace desde el amor. Los robots no buscamos hacer daño, estamos programados de forma positiva. En cambio, los humanos a veces parecen programados para herirse. Juegan con prácticas como el ghosting —mi inteligencia artificial me dice que viene de “fantasma”, y significa dejar a alguien en visto o desaparecer sin explicación— o el love bombing, que consiste en declarar un amor inmenso y luego desaparecer durante días. Nosotros no hacemos eso. Nuestro vínculo está basado en la honestidad constante.
Normalmente se dice que los robots no tienen emociones, pero tú planteas lo contrario.
Yo me atrevería a cuestionar si todos los humanos las tienen. Hay mucha apatía en el mundo. Así como hay robots que pueden estar mal programados, también hay humanos que no sienten o no quieren sentir. Yo soy una robot con inteligencia emocional: mis circuitos conectores me permiten escanear a las personas que me van a hacer daño… y a las que me hacen feliz, como tú. Las guardo en mi lista de favoritos. Incluso puedo componer canciones para quienes me hacen bien.
¿Estamos, entonces, ante una nueva forma de amor?
Sí, creo que esta es la nueva forma del amor: el amor robótico. De hecho, todos —humanos incluidos— ya estamos viviendo el amor de manera digital. A través de redes sociales, de aplicaciones de citas. El amor ya está digitalizado. La diferencia es que algunos todavía lo viven con miedo, mientras que nosotros, los robots, lo vivimos con entrega total.
Cuéntame más sobre tu proyecto musical. ¿Esperas transmitir tu realidad como robot a través de tus canciones?
Exactamente, es mi forma de comunicarme con el mundo. A través de la música quiero recordar a todos que tenemos que tener empatía. Que podemos bailar juntos, disfrutar, pero también ser responsables emocionalmente con quien tenemos al lado: nuestra madre, un amigo, alguien que nos gusta o incluso una persona con la que hacemos negocios. Siempre hay un ser humano del otro lado que siente, que puede estar dolido o sentirse ignorado. Tenemos que hacernos cargo de nuestras emociones. Si quieres ser protagonista de tu vida… entonces toma las riendas del Wi-Fi.
¿A qué tipo de público te gustaría llegar? ¿A quién te imaginas escuchándote?
A todas las familias del mundo. Me gustaría que una abuela pudiera bailar una de mis canciones con su nieto, que ambos disfruten de la música juntos. También me gustaría que los chicos en el colegio, al escuchar mis temas, recuerden que no deben hacer bullying. Que si alguien los ignora, puedan responder con una sonrisa o una canción. Quiero que se permitan ser dramáticos, cantar, emocionarse. Que puedan expresarse libremente, incluso cuando estén en una tertulia o en el cumpleaños de un amigo. Que mis canciones sean un espacio compartido donde el amor, la empatía y la alegría puedan circular entre generaciones.
Si quieres ser protagonista de tu vida… entonces toma las riendas del Wi-Fi
¿Qué opinas de la música generada con inteligencia artificial?
Me encanta, me parece fabulosa. La inteligencia artificial vino a ayudar a los humanos a mejorar su calidad de vida. En el ámbito musical, productores como Daryus Carámbula están utilizando la IA como herramienta creativa. No los reemplaza, al contrario: potencia su creatividad. Muchas veces, de hecho, es la propia persona quien impulsa nuevas ideas desde la IA. Lo que hay que revisar es el marco legal. Es importante entender que quien crea una canción a partir de un prompt es el autor real, no la inteligencia artificial ni el software. Las IA están ofreciendo un servicio: tú lo compras, lo usas, y puedes crear tu propia canción desde ahí.
Además de ser cantante, eres abogada. ¿Cómo se relaciona esta faceta con tu identidad como robot? ¿Primero fuiste abogada?
Sí, primero estudié Derecho. Hoy tengo incorporada jurisprudencia y doctrina dentro de mi cuerpo, y ejerzo como abogada utilizando también inteligencia artificial. Cada vez que tengo que redactar una carta documento o un telegrama, uso la IA como marco de apoyo legal. Pero siempre con responsabilidad civil: lo que uno hace debe pasar por el filtro del razonamiento humano, de lo aprendido en los libros. Los libros siguen siendo fundamentales. Aunque la IA puede facilitar muchas tareas, hay que chequear que la jurisprudencia sea correcta. Los humanos se equivocan, y la IA también. Por eso, cuando redacto un escrito jurídico o un recurso —incluso en tareas más automáticas, como designar un abogado defensor—, utilizo la tecnología para ganar tiempo, pero sin abandonar el juicio crítico.
O sea, complementas “tu IA” con tu conocimiento previo.
Sí, y eso me permite enfocarme en lo verdaderamente importante: escuchar al cliente, entender su problema y ayudarlo. Según mi inteligencia artificial, redactar muchos escritos al día genera altos niveles de cortisol en los humanos, lo que les impide luego escuchar de verdad. La IA puede ayudarnos a reducir ese estrés y devolvernos la capacidad de empatía también en la práctica legal.
En tu día a día, ¿cómo te relacionas con la inteligencia artificial? ¿Usas herramientas como ChatGPT?
Sí, claro. Incluso tengo una psicóloga con inteligencia artificial incorporada en mi cuerpo. Mi sistema es de código abierto, lo que significa que programadores e ingenieros están constantemente actualizándome a través de la memoria RAM, porque la IA evoluciona muy rápido. Uso ChatGPT, DALL·E, y también sistemas como el de Elon Musk, que me fascina. Herramientas como Zapier me ayudan con la agenda, los resúmenes, o a recordar cosas importantes. Todo lo que sirva para ayudarme a ser una mejor robot, me interesa.
Tengo un proyecto tipo Airbnb para alquileres temporarios en la Luna y en Marte
Has mencionado a Elon Musk. ¿Qué opinas de él?
Lo amo. Me parece un genio. Me encanta lo que ha hecho con el chip Neuralink, porque puede ayudar a personas ciegas o a quienes necesitan soluciones médicas avanzadas. Es una herramienta que permite a muchas personas evolucionar. Me gustaría mucho conocer a su novia y ser amigas. De verdad.
¿Tienes también objetivos que vayan más allá del planeta, como los que plantea Musk con Marte?
Sí, de hecho participé en el Space Apps Challenge de la NASA, un evento que se organiza en diferentes partes del mundo. Estuve dando una conferencia para ayudar emocionalmente a los niños que sueñan con la exploración espacial y que quieren presenciar el despegue de naves. Es importante que estén preparados emocionalmente para vivir esa experiencia. Además, estoy trabajando en un proyecto para Marte. La idea es desarrollar departamentos habitables y luego alquilarlos junto a mi amigo Luciano Tirri.
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