El Gobierno de Nicolás Maduro ha ganado una nueva respetabilidad internacional a partir de las necesidades que tiene el mercado de hidrocarburos. El pragmatismo, que lleva la firma de la petrolera norteamericana Chevron, y una menor hostilidad de Washington, ha dejado sus módicos frutos este año. La demonización de su figura se ha atenuado tanto como la tasa inflacionaria. Y, para celebrarlo durante la Navidad y el 31 de diciembre, el Palacio de Miraflores ha distribuido gratuitamente nada menos que 12 millones de juguetes con la figura presidencial y su esposa, Cilia Flores, quien según la jerga estatal no es Primera Dama sino la Primera Combatiente del país. Ambos muñecos han sido a la vez investidos de una fuerza imaginaria. Ellos son, en rigor, 'Súperbigote', en honor a los mostachos del mandatario, y 'Súper Cilita'. Más que un modo de entretenimiento, una pedagogía política. "Los niños de verdad están muy contentos y complacidos", dijo la vicepresidenta ejecutiva, Delcy Rodríguez, durante un acto de entrega en la localidad de Las Tejerías, a unos 70 kilómetros de distancia de Caracas.
En Venezuela se habla de 'Súperbigote' desde 2019. Del dicho al dibujo animado había un paso y se transitó. En el penoso 2021, las pantallas televisivas se encontraron por primera vez con el personaje, vestido con un traje popularizado desde hace casi un siglo por los comics norteamericanos. El Maduro de consumo infantil utilizaba no solo su fuerza indómita sino una retórica bolivariana para enfrentar a villanos como Donald Trump. Aquella caricatura, dotada de una portentosa musculatura, se batía triunfalmente contra otra el ocupante de la Casa Blanca, escondido detrás de un antifaz, así como sus secuaces venezolanos."Hemos intentado trampas, mentiras", dice Julio Borges, un exaliado de Juan Guaidó. "Fraude, la OEA, pero no vemos luz", se lamenta, por su parte, el socialdemócrata Henry Ramos Allup. El hombre de la capa azul también se bate contra la burocracia socialista. Un empleado público se niega a atender a una anciana. De repente, 'Súperbigote' irrumpe en esa oficina de la displicencia. "Basta, sé quién eres, criatura indolente. Hasta aquí llegaron tus días", le dice al burócrata, sometido a una tunda ejemplarizante.
Ahora, el paladín ha adquirido materialidad. Un objeto de plástico que, debió pensar el Palacio de Miraflores, avivará las fantasías heroicas de los usuarios. Doce millones de juguetes supone una inversión pública importante en una Venezuela donde, por primera vez desde 2015, solo un 50% de los venezolanos se encuentran en la pobreza. El número sigue siendo lacerante, pero para el Gobierno supone una suerte de proeza propia de 'Súperbigote'.
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