El año pasado, las ventas del Nokia 3310 (un móvil básico lanzado hace 25 años) alcanzaron las 450.000 unidades en el Reino Unido, indicando una clara tendencia a volver a los teléfonos tontos, sin redes, ni ladrones de tiempo. Phil González en artículo14.
Nuestro móvil ocupa un lugar central en nuestra vida. Más de 8.500 millones de dispositivos móviles acompañan diariamente nuestra humanidad en todos sus quehaceres. El 82% de estos aparatitos llamados smartphones o inteligentes, llevan pantallas y conexión a internet que los convierten en herramientas indispensables. Sin ellos nos sentimos desamparados, hasta incluso más perdidos y bobos.
Ocio, comunicación, videojuegos, sus usos son tan versátiles como variados y nos acompañan en nuestras decisiones de vida, las más importantes. Han revolucionado nuestra forma de relacionarnos, trabajar y entretenernos. Perdernos en sus tentáculos de procrastinación y “vaguería”, es también cada vez más frecuente y cotidiano. Solo nos damos cuenta en lunes, cuando nos llega el informe de conexión semanal a las redes. Somos cada vez más conscientes de esa particular dependencia, de cómo se nos va parte de la vida, en un cómputo increíble de minutos y horas.
Como es habitual, cada tendencia encuentra su contra tendencia y un pequeño grupúsculo se está organizando, una resistencia a no querer quedarse lelos o atontados, un movimiento creciente con el paso de los años. Ese número incipiente de personas que optan por abandonar sus smartphones y pasarse a los dumbphones (teléfonos tontos), va lentamente, in crescendo.
Boom de los dumbphones: ¿Retroceso tecnológico o mejora del ritmo biológico?
Según un estudio de la consultora Counterpoint Research, las ventas de estos teléfonos “limitantes” ya superaron los 1.000 millones. Aunque podría parecer una forma de remar a contracorriente, muchos analistas reflejan que los dumbphones están experimentando un curioso renacimiento, una nueva edad de oro. Millones de habitantes del planeta promueven una nueva filosofía de vida impulsada por una combinación explosiva de factores económicos y sociales. Probablemente sea la mezcla de preocupación por la privacidad, por lo genuino y la simplicidad, a la par que una búsqueda por un estilo de vida menos centrado en la hiper conectividad.
Según Deloitte, un usuario promedio pasa más de 6 horas diarias enganchado a su smartphone, distribuidas entre redes sociales, juegos y mensajería. Otro estudio publicado por Pew Research Center en 2024 indicó que el 60% de los encuestados necesitaban una pausa en su relación con esta tecnología, citando el agotamiento mental como principal causa. En España, según un estudio de la aseguradora Línea Directa, la adicción a las redes se relaciona con la mayoría de los síntomas de ansiedad, con la depresión y algunos tipos comunes de agresividad.
Extrañamente, son en las mismísimas redes sociales que encontramos a perfiles potentes de organizaciones, coaches y expertos en la materia, promoviendo una sana desconexión digital para reconectar con la vida misma. En este contexto los teléfonos móviles “primitivos” se han convertido en una alternativa para quienes desean abarcar este cambio sin renunciar a las bondades básicas de un sencillo teléfono.
Nokia está satisfaciendo esta anacrónica demanda. Esta marca líder y emblemática en los inicios de la telefonía, “quebró” por no enfocarse en fabricar teléfonos inteligentes, no ofrecer acceso a Internet y cómodas pantallas. Tras pasar por varias manos, los actuales propietarios apuestan de nuevo sobre unos dispositivos basados en su uso más primario. Su icónico modelo, el Nokia 3310 lanzado en el año 2000, fue mínimamente actualizado. Cuenta hoy con una pantalla a color, una sencilla cámara, un diseño robusto, así como una batería más duradera.
En 2024, las ventas de estos dispositivos en el Reino Unido alcanzaron las 450.000 unidades, con un incremento interanual del 10%. En Europa, sus ventas aumentaron un 4%, totalizando unos 215 millones de terminales confirmando así, su inesperado renacimiento.
¿Se puede vivir sin smartphone en 2025? - Optar por un teléfono “tonto” es plantearnos hoy un reto muy significativo. En una era donde cualquier actividad cotidiana depende de la tecnología, no tener WiFi, teléfono conectado o tableta, nos deja aislados en un infinito desierto, afrontando una insoportable penuria.
La “NoMoFobia” (miedo a quedarse sin teléfono) afecta a millones de usuarios por todo el mundo y de misma manera. El 78% de los latinoamericanos experimenta ansiedad cuando se aleja de su celular y el 23% de los encuestados lo considera más importante que su relación con amigos o un familiar.
Cierto es que nuestro teléfono nos ayuda a encontrar rápidamente soluciones a todo, conectarnos con nuestros padres, pedir ayuda o comprar un nuevo libro. En ese sentido, dependemos tanto de los pagos móviles, con Apple o Google Pay, que se han convertido en una norma en muchos establecimientos, instituciones o plataformas electrónicas. Perder el acceso a estas herramientas, incluso por un cortísimo instante, nos hace perder la calma y hasta el Norte.
Muchos servicios esenciales se saltan las leyes y no aceptan ya ni efectivo, ni entradas impresas para espectáculos en vivo. Los organizadores de conciertos requieren tiques digitales y brazaletes recargables para poder disfrutar de unas cuantas cervezas refrescantes. Hasta declarar nuestra renta anual requiere hoy del uso de una aplicación oficial y de la implementación de una identificación fiscal.
El impacto de los teléfonos inteligentes en la comunicación es ingente: muchas personas dependemos de WhatsApp u otras aplicaciones para ser más reactivos y flexibles con nuestros clientes, poder trabajar ágilmente desde el tren, mantenerse en contacto con nuestros familiares. También se han convertido, al margen de las redes sociales, en una fuente inagotable de entretenimiento, de consumo de música, de podcasts y de información en continuo, en plataformas digitales.
Ser hippie en la era de la Inteligencia Artificial, requiere ser totalmente autónomo, rico en tiempo y en vida emocional. Los usuarios que, a pesar de todo, opten por pasarse a un dumbphone deberán reenfocar su vida, centros de intereses y dinámica. Deberán tomar conciencia de que las cosas, sin tecnología, tomarán más tiempo, mucho esfuerzo y paciencia.
Significará reducir nuestros contactos a diario, vivir con menos comodidad, menos prisas, olvidarnos de llevar nuestra música o fotografías siempre en el bolsillo. Contratar cualquier servicio relevará de mucho ingenio, recurrir a soluciones ancestrales o esperar a llegar a casa o a nuestro despacho.
Yo, por ejemplo, volvería a mis costumbres de adolescente, llevaría mi bloc de notas, mi cámara analógica y mi reproductor de Mp3 siempre presentes. También tendría esa cartulina, con números de teléfonos escritos a mano, cuidadosamente guardada en mi monedero. Llevaría, por si acaso, unos billetes y algunas monedas de color amarillo. Tardaría más en encontrar los sitios y tendría que acostumbrarme de nuevo a salir mucho antes de casa. Me cabrearía no saber cuándo llega un paquete y tendría que redescubrir el arte de ligar en discoteca. Para muchos, aunque nos motive el reto, supondría un innecesario castigo, una tremenda incomodidad, una vuelta al Pleistoceno.
A pesar de los inconvenientes, la transición a un dumbphone puede ser una alternativa, de vez en cuando, muy interesante. Es lo que preconizo en el libro Máster en desconexión digital, un manual de “desconexión a ratos” y adaptado para todos. Con un estilo de vida tremendamente urbano, acelerado y dependiente de lo tecnológico, no voy a ser el que de consejos radicales de este tipo. Tengo claro que un cambio drástico “no es para siempre, ni para todos”.
Renunciar a un smartphone significa perder acceso a unas herramientas cómodas y convertirse en un inútil incordio. Sin embargo, se pueden abrir ventanas de libertad y de “desconexión necesaria”. Dejar el teléfono en la mesilla de noche cuando estás en el pueblo o de vacaciones en la playa, puede revelarse ser un auténtico gusto, una placentera maravilla. Abre la puerta, durante unas tardes, a unas rutinas más pausadas y conscientes.
Como todo en la vida, no debe ser ni blanco, ni negro, ni vivir hiperconectado, ni convertirse en un ermitaño. Un sano equilibrio, adaptado a cada individuo, es siempre el mejor remedio. Tener dos teléfonos, uno inteligente y otro tonto, y según el momento, puede ser también un excelente compromiso. La decisión de pasarse a un teléfono básico, al menos durante unas horas, conseguir sentirse pleno y sin ninguna dependencia, requiere también un gran autocontrol y dosis de inteligencia.
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