Una galería puede ser muchas cosas, a veces también una celda. Es lo que ha sucedido, literalmente, en el corazón multicultural de Harlesden, al noroeste de Londres. Durante tres días, el performer Allen-Golder Carpenter ha permanecido encerrado en un cubículo de tres metros cuadrados a la vista del público, aunque él no pudo ver a nadie. Se trata de Cell 72: The Cost of Confinement, una instalación creada junto al artista conceptual Emmanuel Massillon para denunciar el aislamiento extremo en el sistema penitenciario estadounidense. ¿Les suena? De hecho, en España el músico Xavibo decidió hace cosa de un mes encerrarse durante 13 días en un escaparate aislado ("aprendiendo a estar solo", señaló él) mientras se le podía ver 24 horas en un directo de YouTube. En el caso de la performance de Carpenter y Massillon, es un poco más brutal: una celda vacía, con un colchón sucio, una mesa metálica y un teléfono. Carpenter, vestido con un uniforme de preso, entró el pasado 6 de junio y pasó 72 horas dentro. No hay dramatización, ni espectáculo: solo la crudeza del encierro. El público pudo observarlo desde una sala contigua, a través de un cristal unidireccional, sin posibilidad de interacción. El público puede observarlo desde una sala contigua, a través de un cristal unidireccional, sin posibilidad de interacción Ni Massillon ni Carpenter han pasado por prisión, pero ambos crecieron en Washington D.C., una ciudad con una de las tasas más altas de encarcelamiento del país, especialmente entre la población negra, según señala The Guardian. La obra no nace desde la experiencia directa, sino desde la observación constante del daño estructural que el sistema penal provoca en comunidades enteras. Según explican, el objetivo es convertir esa violencia invisible en una experiencia tangible, en una interpelación directa al espectador. Durante el confinamiento de tres días, Carpenter realizó obras con materiales rudimentarios: transformó cepillos de dientes desechables —como los que se convierten en armas improvisadas en las cárceles— en esculturas simbólicas, como relojes de arena construidos con virutas. Al terminar, el uniforme que ha vestido se incorporará a la exposición como testimonio de lo vivido. La instalación, abierta hasta el 8 de junio en la Harlesden High Street Gallery, destina el 15% de sus ingresos a organizaciones dedicadas a la justicia social y la educación para personas presas, como la DC Access to Justice Foundation. Esta dimensión activista refuerza la vocación política del proyecto, que pretende ir más allá de la reflexión estética. Cell 72 también busca desmontar la romantización de la cárcel presente en ciertas narrativas culturales, desde el cine hasta la música urbana. “La prisión se ha convertido en un símbolo de estatus en algunas culturas musicales”, advierte Carpenter. “Pero para quienes la han vivido —o la temen, como nosotros— es una experiencia devastadora”. En ese sentido, la obra no solo denuncia, sino que confronta clichés populares profundamente arraigados. Massillon cita como referente directo al artista alemán Joseph Beuys y su acción I Like America and America Likes Me, en la que convivió tres días con un coyote. “Mi coyote es la prisión”, asegura. “Enfrentarlo así, desde el arte, es una forma de mirar al abismo sin que te trague”. Carpenter comparte esa idea: el encierro simulado no busca espectáculo, sino impacto emocional y conciencia política. El referente es el artista Joseph Beuys y su acción 'I Like America and America Likes Me', en la que convivió tres días con un coyote La pregunta que flota tras los cristales de la galería es incómoda pero eficaz: ¿por qué nos perturba tanto ver a alguien encerrado durante tres días, cuando miles de personas cumplen años —incluso décadas— en condiciones mucho peores, lejos de cualquier mirada pública? Cell 72 no da respuestas, pero obliga a hacerse las preguntas adecuadas. CONFIDENCIAL.COM
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