Antes de bajar la persiana por vacaciones, me pongo nostálgico. Me voy, por ejemplo, a los Juegos de Barcelona’92: si se estuviesen disputando en este 2025, hoy abordaríamos la sexta jornada.
En estos días, 33 años atrás, me iba con mi padre al Estadio de Viladecans, a contemplar el duelo caribeño del beisbol, la batalla entre nuestra República Dominicana y Cuba, y una dama, cuando bateaban los cubanos, no dejaba de vocearle al pitcher dominicano:
–¡Apúntele a la cabesa, a la cabesa!
La memoria es así de caprichosa.
La mía, a veces, se queda en lo tontorrón.
Ocho años más tarde, en Sydney 2000, Eric Musambani se lanzaba a la piscina del Centro Acuático Internacional, en la bahía de Homebush. Musambani era ecuatoguineano, nadaba con una invitación del Comité Olímpico Internacional y todas las miradas estaban vueltas hacia él pues en aquel momento, en la primera ronda de los 100m libre, el muchacho estaba solo, más solo que la una: sus dos compañeros de serie habían sido descalificados por salidas nulas.
Resulta que el hombre arrancó fuerte, con energía juvenil, y cerró el primer largo en 40 segundos, hasta ahí aguantaba el tipo, más o menos, pero al virar, sintió que la piscina se alargaba y a 25 metros de la llegada, ahí solo veíamos a un hombre braceando por sobrevivir.
El final fue tan agónico como ridículo, y también una oda al olimpismo, y de allí salió una bonita historia: diversos patrocinadores se interesaron en Musambani y el hombre recibió ayudas. Se instaló en Barcelona durante varias semanas y se entrenó en una piscina de Badia del Vallès, y cuando supe que por aquí andaba, a por él que me fui.
Le abordamos en la piscina. Mané Espinosa le retrató en el bordillo (foto superior) y luego Musambani dijo:
–Me ducho y le atiendo. Espéreme.
Así hice. Le esperé por un rato que se hizo largo, larguíííísimo, y al cabo salió y me dijo:
–Pues no podré atenderle. Tiene que hablar antes con mi agente, aquí está su número.
Allí mismo llamé al agente, y la respuesta del hombre me dejó helado:
–Si quiere entrevistar a Eric, vale mil euros...
Buuuufffff, resoplé mientras metabolizaba la respuesta. Tuve que contestarle que no, claro. Así que me despedí de Musambani y salí por aquella puerta, y mientras me dirigía al coche, empecé a reírme para mis adentros. Pues aquel Ebenezer Scrooge acababa de hacerme un regalo magnífico: podía contarle a los lectores que el peor nadador del mundo pedía dinero por entrevistarle. ¿No es esa una buena percha?
PD: En fin, pensando en piscinas, me despido por unas semanas. Querido lector, no se olvide de supervitaminarse y mineralizarse. Sergio Heredia en la vanguardia.
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