Hassan al Kontar ve como cada día miles de pasajeros desfilan a su lado y desaparecen más allá del control de inmigración del aeropuerto de Kuala Lumpur, donde desde hace más de tres meses vive sin poder salir de la zona de llegadas. Como si fuera el personaje que Tom Hanks interpretó en el film La Terminal, Kontar, un sirio de 36 años, duerme en el suelo y sobrevive con la comida que le dan las aerolíneas en la terminal dos del aeropuerto malasio, donde tiene acceso a baños y a quioscos de telefonía móvil. "Intento dormir y no puedo. Camino mucho, sólo. No estoy de humor para escuchar canciones o hablar con nadie. Mantengo la discreción", manifiesta Kontar a la agencia de noticias EFE.
Miembro de la minoría drusa de Sweida, en el suroeste de Siria, Kontar dice que teme ser detenido si regresa a su país por haber rechazado prestar el servicio militar. Con la entrada en Malasia vetada, todos sus intentos para ir a otro destino hasta ahora no han prosperado, una situación que atribuye a su condición de sirio. "No es por nada personal. Es por mi pueblo", opina Kontar, cuyos problemas comenzaron con el estallido de la guerra civil en su país en 2011.
El conflicto provocó el fin de su próspera vida en Emiratos Árabes Unidos, donde llevaba cinco años haciendo carrera en empresas de seguros. Fue cuando el gobierno de Damasco elevó de 3.500 a 8.000 dólares la tasa para que los expatriados pudieran eludir el servicio militar, un cifra fuera del alcance de Kontar, quien también rechazó unirse a la guerra. "No tengo enemigos ahí. Los dos bandos son mis hermanos. Los dos son sirios. La guerra no es la solución. No puedo tomar parte de esa máquina de matar", relata. Según Kontar, la Embajada siria respondió denegando la renovación de su pasaporte en 2012, lo que le hizo perder el permiso de trabajo en Emiratos y le llevó a la clandestinidad. El año pasado logró un nuevo documento válido para dos años y en octubre fue deportado a Malasia, donde los sirios pueden permanecer durante 90 días. Ecuador, Camboya... Tras pagar una multa por exceder ese plazo, intento salir del país el 28 de febrero en un vuelo de Turkish Airlines. Su objetivo era Ecuador, país signatario de la Convención para los Refugiados de 1951 y al que podía entrar sin necesidad de visado con su pasaporte sirio pero, según dice, en el último momento le impidieron embarcar. "No me cancelaron el billete por ser Hassan. Me lo cancelaron por ser sirio", estima Kontar sobre la decisión de Turkish Airlines, que no respondió a las preguntas de Efe.
Luego intentó viajar a Camboya, otro de los pocos países en los que los sirios pueden entrar sin visado. "Me dijeron que no reunía los requisitos y me enviaron de vuelta a Malasia, y desde entonces estoy atrapado aquí", explica el sirio que asegura que también le han vetado la entrada a Malasia. En el aeropuerto Kontar recibe apoyo de Acnur y del gobierno malasio, según el portavoz de la agencia para refugiados de la ONU en Kuala Lumpur, Yante Ismail. Pero Malasia no es signatario de la Convención para los Refugiados, por lo que no puede ofrecerle ningún permiso de residencia que le permita trabajar legalmente. Con el temor de quedarse definitivamente atrapado una vez expire la validez de su pasaporte en enero, Kontar ha puesto sus esperanzas en un grupo de voluntarios canadienses que han pedido a su gobierno que lo acoja como refugiado. "Si Canadá me rechaza será volver al punto de partida. No creo que pueda hacer esto otra vez", declara.
Desde que vive en el aeropuerto Kontar dice que ha estado enfermo varias veces, lo que atribuye al estrés, la falta de luz y aire fresco, y ha establecido una rutina que incluye una ducha antes de ir a dormir y esperar al café que personal del aeropuerto le da a las 7.30 horas. El resto del día lo pasa hablando con los voluntarios canadienses y la prensa, conversando con su familia en Swedia a través de Whatsapp, escribiendo en Twitter y leyendo libros electrónicos en árabe. El sirio tiene que pagar a personal del aeropuerto para que lleven su ropa a la lavandería y una aerolínea le da comida, la misma, tres veces al día, aunque su principal queja son los constantes mensajes por megafonía de los que se siente "prisionero". "Piensas en cosas que nunca habría pensado que pensaría. Redescubres tus límites", relata Kontar. "Soy un ser humano de este planeta les guste o no. Exijo un mínimo derecho a vivir, viajar libremente, estar seguro, tener una familia. Esto es todo. Solo quiero vivir una vida normal. Pero cada vez es más difícil", concluye. Para ayudar a Kontar y que el ministro de Inmigración de Canadá acepte su solicitud pinchar aquí. http://elcorreo.ae/sociedad/
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