LOS FANTASMAS DEL VALHALLA

Nadie que haya entrado en el Valhalla regresa, pero no es mi caso. Lo he hecho varias veces. Ojo, no me refiero al mítico Valhalla de las leyendas nórdicas, al salón del trono de los caídos por Odín, donde los valientes guerreros muertos en combate encuentran el honor eterno. No, este Valhalla es un apacible museo escondido en los jardines de Tresco Abbey, en la isla de Scilly. Los únicos caídos que hay aquí son los conmovedores mascarones de los navíos que naufragaron en estas traicioneras aguas de la costa inglesa. Cada uno de ellos adornó la proa de algún buque mercante o de línea que recorrió estas aguas en el siglo XIX. En aquellos tiempos sabían cómo decorar los barcos con carácter y personalidad.
Nunca olvidaré la primera vez que vi la colección permanente de este museo, situado en una esquina de los jardines, donde esperas encontrar otro espléndido rododendro o una insólita palmera y de repente entras en otra época. Entré allí y ya no estaba en un jardín botánico. Estaba entre almas en pena. Estatuas expuestas en una sala de techo bajo, luz tenue sobre ellas, los visitantes bajando la voz instintivamente.
Aquí tenemos al Mary Hay, que chocó contra Steeple Rock y se fue a pique al regreso de un viaje a Jamaica con su carga de ron y azúcar. Y más allá está el Palinarus, que encontró su fatal destino en Lion Rock en 1848 y vió ahogarse a sus diecisiete tripulantes. Y ahí aparece el mascarón de alabastro del River Lune, asomándose nostálgico al cielo, quizás recordando cómo se perdió para siempre en aquella densa niebla del 27 de julio de 1879, poco después de que el vigía alertara que estaban rodeados por rocas.
Todos ellos cuentan su historia. Gracias a Augustus Smith, Lord de las islas de Scilly, la persona que se tomó el trabajo de reunir los mascarones, las historias de estos buques permanecen vivas. Cada rostro conserva algo de aquella época; el ingenuo optimismo, la valentía estoica, incluso el presentimiento lloroso del embarque.
Hasta ahora, jamás había sido capaz de captar estos elementos. En mis anteriores visitas, las imágenes que tomaba eran grandiosas, arrolladoras, tomas integrales que pretendían recoger todos los detalles y que, en el fondo, no decían nada. Así que me puse a pensar cómo encontrar el alma de la colección permanente del museo del Valhalla de los jardines de Tresco Abbey. Retrocedí hasta un punto de mis pensamientos en que la reflexión se anteponía a la observación. Me concentré en los ojos de las figuras de los mascarones. Creí poder ver detrás de las tallas policromadas a la gente normal y corriente de otra época. O, al menos, creo que percibí las ilusiones y los miedos, las esperanzas y las inseguridades íntimas de aquéllos tiempos.
Una vez que esa idea se fijó en mi mente, hacer las fotografías fue bien sencillo. Tomas directas, simples, nada de trucos. Dejar que los rostros hablen por sí solos
Ya delante del ordenador, la tarea de redimensionar las imágenes a un formato normal, importarlas de Photoshop y crear un nuevo documento que mantuviera el cuadriculado fue algo (relativamente) fácil. Jugar un poco con la posición y los contrastes (y con la yuxtaposición de lo adusto y dubitativo con lo franco y sin dobleces) y ya tenemos la imagen final.
Claro que no se trata de una simple imagen, el observador puede "leerla" largo y tendido.
El nombre de Valhalla encaja perfectamente en este maravilloso lugar. Las almas en pena encuentran aquí el descanso eterno.TERRA.ES

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