GEORGE C.PARKER, EL HOMBRE QUE VENDIÓ EL PUENTE DE BROOKLYN


Genio de la estafa, logró persuadir a sus víctimas de que era dueño de la Estatua de la Libertad, el Madison Square Garden o el Metropolitan. Tenía una increíble habilidad para falsificar documentos y hacer montajes para engañar a los incautos. Acabó sus días en la prisión de Sing Sing, donde era un personaje popular. El genio de George C. Parker para la estafa supera todo lo imaginable. Nacido en Nueva York en 1860 en una familia de inmigrantes irlandeses, vendió el puente de Brooklyn, la Estatua de la Libertad, el Madison Square Garden y el Metropolitan Museum tras convencer a sus víctimas de que poseía los títulos de propiedad. A principios del siglo pasado, había todavía incautos que pensaban que esas construcciones y monumentos podían ser de propiedad privada. Parker se aprovechó de su ingenuidad. Para ello, falsificó documentos, sobornó a policías y creó oficinas que le permitían acreditar que él era el dueño de esos lugares emblemáticos. Incluso llegó a vender el mausoleo donde está enterrado el general Grant.
Su estafa más repetida fue la del icónico puente de Brooklyn. Logró engañar a decenas de hombres de negocios e incluso a algunos les persuadió para que pagaran a plazos sumas que llegaban al millón de dólares de la época. Parker se hacía pasar por un empresario multimillonario que había levantado el puente, pero que no tenía interés en explotarlo. Les hacía creer que se harían ricos mediante el cobro de peajes a uno y otro lado del río. Y la mayoría picaba.
Un buen día unos agentes se dieron cuenta de que se estaba edificando una garita en el puente y pidieron el permiso de obra al encargado. Éste mostró los papeles e insistió en que todo era legal hasta que una autoridad municipal acudió para comunicarle que el puente de Brooklyn era de propiedad pública y que el comprador había sido estafado.
Parker era un experto en simular complejos montajes como, por ejemplo, la venta de unos locales que no eran suyos junto a la estación Grand Central. Para ello, logró convencer a una docena de empresarios de que allí iba a instalarse un complejo comercial por el que pasarían los viajeros de los trenes.
El estafador neoyorquino estaba fichado por la Policía y había sufrido arrestos y breves periodos en la cárcel. En una ocasión fue detenido y juzgado por haber pagado con un cheque sin fondos de 150 dólares. Aceptó sin rechistar su culpabilidad, fue internado en una celda de una comisaría y logró escapar robando el abrigo y el sombrero de un inspector. Se fugó por la puerta sin que nadie se diera cuenta.
Pero la suerte se le acabó: en 1928 fue juzgado y sentenciado a cadena perpetua. Había cumplido los 68 años y ya no saldría de Sing Sing, la prisión a la que fue enviado y en la que pasó ocho años hasta su muerte. Fue acogido por sus guardianes y compañeros de reclusión como un héroe. Siempre estaba rodeado de gente a la que contaba sus hazañas. Los periódicos publicaban sus correrías, lo que le convirtió en un mito hasta el punto de que había refranes populares basados en su leyenda, como «tengo un puente que venderte».
Además de ser un maestro de la falsificación, Parker cambiaba con frecuencia de identidad para despistar a sus perseguidores y está considerado como uno de los inventores de la estafa piramidal, ya que también vendía títulos remunerados con altos intereses que pagaba con las aportaciones de los incautos que caían en sus manos.
Era un genio que dominaba todos los recursos del arte de la estafa, por lo que se calcula que engañó a miles de codiciosos ciudadanos que querían hacerse ricos a su costa sin saber que eran víctimas de su increíble habilidad. - ABC.ES

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