LAS HORMONAS QUE NOS VUELVEN LOCOS

Son la tinta con la que el entorno escribe en nuestro cuerpo y pueden llegar a modificar nuestra genética. Ingredientes: una punta de adrenalina, un toque de cortisol, una pizca de dopamina y un par de granos de oxitocina. Mezclar bien y calentar a fuego lento. Y ya tenemos lista una pócima del amor que ni la mejor hechicera podría superar. Efectos garantizados: corazón desbocado, debilidad de rodillas, mariposas en el estómago...

Como si de un brebaje se tratase, así operan las hormonas, las sustancias que `gobiernan´ nuestras reacciones en lo más profundo del ser humano, incluido el núcleo celular, allí donde actúa el material genético. Influyen tanto en la memoria como en el carácter, hacen que nos pongamos pálidos, que nos acaloremos, nos cohibamos, nos enfademos o nos dejemos embargar por la pasión.

Una de estas poderosas sustancias es la oxitocina; otra, la testosterona; otra, el estrógeno... La ciencia lleva décadas trabajando para descifrar su funcionamiento. Las hormonas, de cuyo total conocemos 150, son los mensajeros que permiten que los cien mil millones de células de un ser humano adulto se comuniquen entre sí. Si el sistema nervioso es la red telefónica de la que el cerebro se vale para mover el dedo gordo del pie, las hormonas son algo así como una radio interna. Su servicio de noticias llega al último rincón del cuerpo, y es el sistema circulatorio quien lleva sus mensajes a todas partes.

Son los mensajeros que permiten que los cien mil millones de células de un ser humano adulto se comuniquen entre sí
No pasa un mes sin que se descubran nuevos datos sobre las pasmosas capacidades de estos mensajeros químicos, aunque el principio fundamental sigue siendo el mismo: la sinfonía de hormonas, dirigida principalmente por el hipotálamo y la hipófisis –situados ambos en el interior del cerebro–, garantiza en cada segundo de nuestras vidas el adecuado desarrollo de las funciones corporales básicas, del metabolismo y de la propia percepción.
La receta exacta es individual, al igual que el rostro, la voz o las huellas dactilares: un poco más o un poco menos de esta sustancia o de aquella; todo depende de los genes, la edad, la situación y la época del año.

La luz diurna, por ejemplo, regula la liberación de la hormona del sueño, la melatonina, que rige el ritmo día-noche. La excitación durante una competición deportiva hace que borbotee la hormona del estrés. Por su parte, el cortisol y la adrenalina logran que las experiencias más impactantes se afiancen en nuestra memoria. Que casi todo el mundo sea capaz de decir dónde estaba el 11 de septiembre de 2001 se debe a que la onda de miedo registrada por nuestro sismógrafo interno alcanzó aquel día valores máximos.

«Quédate con esto», es el mensaje del cortisol y la adrenalina, los mensajeros presentes en todos los momentos clave de nuestra vida, «el mundo ha cambiado, adáptate, eso podría salvarte la vida», nos dicen. Da igual que se trate de explosiones vistas en la televisión o del primer encuentro real con un oso salvaje: las hormonas son la tinta con la que el entorno escribe en nuestro cuerpo y nuestra mente.

También se encuentra su rastro en el código genético, que pasa a ser interpretado de forma diferente tras unas experiencias determinantes. La joven ciencia de la epigenética se encarga de este interesantísimo aspecto. Psicólogos, psiquiatras y neurocientíficos han ido emigrando hacia este campo de la investigación. Ahora, casi no pasa una semana sin que alguno de los clichés más repetidos sobre las emociones acabe en el cubo de la basura de la historia de la ciencia. abc.es

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